Advertencia: esto lo escribo por expresa recomendación de mi psicóloga (bueno, una amiga que va pa' allá, y que no es de "un amigo triste", en palabras de Bernardo Atxaga, sino que de aquellos que da buenos consejos). Por lo tanto, los únicos autorizados para poder leer lo que a continuación se relata son mis amigos y gente que no me conoce, si usted no está dentro de esos dos grupos, siéstase un intruso impertinente.
La verdad es que andar enamorada es parte de la vida (un estado, como el frío, solo que con soluciones menos rápidas y efectivas) y por eso no se va al psicólogo, sino que a los amigos; y mi amiga me dijo que ver el "problema" escrito puede que ayude; antes escribir poesía ayudaba, pero de eso, mucho tiempo. Me recordó palabras de Kerouac (ayer pensé que era Piglia... uff), palabras que pensé haber salvado, pero revisé mi Tumblr completito y no hay nada, así que guardo la esperanza de encontrarme con la frase algún día.
Voy al grano.
En primero medio, plenos 15, adolescencia, hormonas, descubrimiento del mundo, me enamoré, así, con todas sus letras, de mi profesor de historia; pero como la vida está llena de poetry y cada cosa de hoy repercute en el mañana y blah blah blah, todo tuvo un sentido. Gracias a ese amor con desenfreno, angustia y mariposas, terminé aprendiendo más historia que mi abuelita y ahora estoy en quinto de derecho por un puntaje providencial en una prueba que no había preparado (sí, fui la envidia de harta gente).
Pues bien, a los 23 el fenómeno se vuelve a repetir, claro, si volviera a enamorarme como a los 15 me suicido, pero así y todo, el sentimiento presente, con el de hace 8 años, mantiene un sustrato en común que permiten reconocerlo (o quizá le estoy poniendo mucho, pero hay que ser conservador en ciertos cálculos).
Probablemente hoy lo esté pasando mucho mejor que en la otra época, pero el hecho de que antes haya sido un amor sin sentido (y sin destino), le daba una cosa más romántica a la situación, más novelesca, como alguna vez dijo Coke. Ahora en cambio, las mariposas las produce un amigo, y como tiene un destino estadísticamente hablando, hace que la relación tenga una cosa más rica; pero el sin sentido, producto del probable rechazo (miedo, también tan típico de este estado) hagan repetir la sensanción - estado del "puta la güea" de la que escribí hace un tiempo (cuando recién capté que Mr. S, como llamaremos a mi amigo para quienes no lo conocen, me gustaba).
Sin embargo, lo común que tienen ambas historias, es el efecto casi trascendental que producen; con Coke estudiaba más que para procesal, hacía cosas realmente creativas y me ganaba toda su admiración, luego iba a sus clases del preuniversitario antes de jugar basquétbol, por puro "amor" al arte y eso terminó repercutiendo en que, hasta hoy, sé mucha historia.
Pues bien, con Mr. S el cuento comenzó a mediados de septiembre del año pasado, mis amigos me dicen que me gustaba desde antes y, la verdad, no me molestaba que siempre preguntara "dónde está la vivi"; hasta la fonda, en que salí a hablar por teléfono, volví y desde lejos, un gallo medio curado me grita "vivi" y me abraza, luego apoya su cabeza en mi cabeza y ups, mi guata, mariposas y qué onda. En ese preciso instante comprendí que sí, me gustaba y me sentí como las güeas porque sabía que dejaba de pasarlo bien, y las buenas sensaciones iban a entremezclarse con la angustia y luego vendría el dolor y como le tengo incontinencia, me dió una lata tremenda; pero que se le iba a hacer, el sentimiento estaba ahí y había que encararlo. Dos escenas memorables, la primera, un día cualquiera, en el patio, Mr. S me abraza y dice que me quiere; la segunda, después de un examen, sin dormir, nota siete, sentarme al lado de él y que me transmitiera calma (hasta hoy sigue teniendo el mismo efecto, efecto ravoltril le llamo).
Reconozco que estoy incómoda, que preferiría que se me pasara luego (perdón por lo racional), que probablemente Mr. S no reproduzca esa angustia que Coke sí provocaba, en el sentido de los versos de Bertoni (Rememoro lo solo / Lo abandonado / Lo miserable / Lo mal amado / Que me he sentido todo el día); pero, ahora sí, reconozco el efecto colateral de esto que me pasa con Mr. S, digamos, la externalidad positiva es importante en comparación al costo (de incomodidad y angustia) que asumo directamente. Me explico, Mr. S es un tipo inteligente, bien bien inteligente, y responsable y es bien exitoso en la Escuela (no voy a decir que soy muy distinta a eso, claramente no tengo problemas de autoestima, pero en él se multiplica, digamos,... por 5), su primera influencia, fue volverme más estudiosa y el semestre pasado lo terminé con promedio sobre 6. Así, ya verá usted, su influencia me lleva a querer mejorar(me).
Así fue como a principios de este año, decidí inscribirme en el gimnasio; mis amigos me retan, y me dicen que esas decisiones debería tomarlas por mi misma y, claro, si bien sé que siempre quise tomar este tipo de medidas, era necesario un catalizador y, bendito sea, apareció Mr. S. Sigo rememorando; cuando tenía como 12 o 13 comenzó a acompañarme una visita de piedra, el acné, pasaron los años y me acostumbré a vivir con la cara un poco deforme, pero con el sobrepeso que me ha acompañado desde que me conozco, digamos que merman el autoestima de cualquiera (recordará más arriba la mención a la misma palabra... no puedo tener seguridad en todo); sin embargo, como reconozco que suelo poseer inteligencia emocional, reconducí esa inseguridad a crear un carácter bien sociable, yo diría, que como forma de protección (ya, eso último no iba). Como verá y sacará cuentas, me demoré 10 años en tomar cartas en el asunto; si bien había visto a un par de dermatólogos antes, me aburría al poco tiempo y dejaba los tratamiendo, hasta ahora.
Mr. S produce que quiera verme más bonita, la gente me dice que ando como feliz, radiante (tiene buena mano el ctm) y con ese incentivo llegué a mi dermatóloga actual; en la primera consulta me hizo llorar, ahí comprendí que cargar con el acné por tanto tiempo, sí era un problema que yo no había querido asumir y, a su vez, me puso a dieta, de la que ya empiezo a ver los resultados, hoy estoy pensando 10 kilos menos de los que pesaba hace un año en esta misma fecha (entre medio hay torres del paine incluidas, pero igual). Hasta yo me he sorprendido de lo constante que puedo ser, tomar las patillas todos los días, tres cremas en la mañana y tres cremas en la noche, y sin que mi mamá esté diciendome vivi allá, vivi acá; no es fácil mantener esa constancia, lo reconozco, pero los incentivos están bien puestos,
Como probablemente nunca me de para contarle a Mr. S que me gusta (y probablemente, después de tanto tiempo, él lo sepa muy añejamente, lo que aumenta mi miedo y sigue restandome bríos), ni darle las gracias por ser la gota que revalsó el vaso, decidí reconducir, de nuevo, la angustia que proviene de no poder estar con el tipo con el que una quisiera estar a esto, a la constancia, a pararme en el espejo y estar cada día más contenta con lo que veo, a caminar por la calle y reconocerme en que "Ella necesitaba de todo lo que pudiera ayudarle a reforzar la confianza y seguridad en si misma; necesitaba que la miraran, que le hablaran, que la desearan; como a una mujer normal" (Atxaga de nuevo).
En verdad espero que esta sensación se pase luego, que el saldo sea favorable, al menos sé que me estoy ganando a un buen amigo; comprendo que estar enamoramientado es una cuestión cotidiana y como tal, hay que aguantarla, pero qué mejor sino que tenga efectos positivos y quejarse un rato, escribirlo y vivir con el sentimiento como una anécdota (quien no se ha enamorado de un amigo), disfrutando de sus dividendos.