enero 12, 2006

Finalmente, Tempore estaba viva.

De vez en cuando pasan cosas, se presentan circunstancias que hacen sentir que uno está viva (y de que manera se lo demuestran!).
Salí de clases con la clara intención de empezar las vacaciones recuperando la vida que la U se llevó, pero sin grandes expectativas, leer cosas no jurídicas, dormir demasiado, juntarme con gente que había dejado de ver, sentarme en mi cama a aburrirme, pasar el rato botadita, con los sentimientos bien guardados y sin exponerme. Pero ocurren cosas, que cada que vez que siento que comienzo a disfrutar de la estabilidad, me doy cuenta de que no sirvo para estar quieta y entro en el juego (me invitaron y acepté, perfectamente pude decir ‘no, gracias’ porque sabía a lo que me exponía).
Salté creyendo que había red y el costalazo me dejó un fin de semana con insomnio y con dolor de guata (ya se me había olvidado como se sentía la pena y ojalá pase harto tiempo antes de recordarlo, es parte de los riesgos de la hiperactividad, pero nunca está lo suficientemente asumido).
Me acordé del miedo a la memoria, que se olvida de cosas que uno no quiere y mientras más hace el intento de cambiar de tema, viene y aparecen los olores, los bloqueadores (y el olor a bloqueador), las poleras con cuellito y botones, mi hermana quejándose de que es blanca, los perros beagles, el pasto, el ‘anda la osa’ de Homero Simpson, las zapatillas New Balance, los ruidos onomatopéyicos ya tan acostumbrados y asumidos y cotidianos, los Beatles en la tele, la love parade, el cierre de campaña de Bachelet en Portugal, pasar a cada rato por la USACH, despertarse a las 8 de la mañana, tener los labios partidos (y que tengan sabor a fierro), tener el San Cristóbal al frente, las piletas y la gente que se lava los dientes en las piletas, los reportajes del (y en el) Forestal.... tanto y solo 3 días.
Él vio la puerta abierta y entró, yo lo miraba desde arriba, todavía sin ganas de prender la luz, él tampoco buscó el interruptor; pestañeé, y cuando volví a mirar él ya no estaba, baje con una vela (no se me ocurrió prender la luz) y tan asustada de que me hubiera manchado las paredes con caca, pero ahora tengo la luz prendida y miro y veo que dejó algo escrito, pero no le entiendo la letra.
La relación menos enferma en la que me he enfrascado (no hay ni siquiera respaldo de especie de diario o del blog como ha sido con todos, el ‘niño de los bototos’, el ‘objeto psicopático’), por eso, después del primer beso, me quejé de que no era lo que había planeado, pero si me salió de chiripa lo otro deseado, yo aprender con él y que él aprendiera conmigo, cuestión que a los 20 años era bastante poco probable (pero no llegué a los 24!).
Me quejo de que harto poco me duró la pena, ayer fui a la Biblioteca de Santiago (donde quedó fijada la hora del partido) y pude, ya sin dolor de guata, preguntarle a mi amiga que qué pasaba si uno perdía la llave del locker sin ser socio, también tenía que pagar los $1000?.
Y bueno, la vida sigue, ojalá las cosas no hubieran pasado con fueron (pero ojalá tampoco hubiese habido guerra de Vietnam o de Kosovo) y el no quedarse pegado es una buena filosofía (sino pregúnteme que pasa en la Villa Francia cada 11 de septiembre o para el día del joven combatiente), mejor aprender y caminar, además es complicado esto de la irracionalidad, el no poder elegir a quien uno quiere o deja de querer (tan poco democrático!); pero si quedó algo herido, supongo que es eso lo que no me deja dar vuelta la hoja, y es que por la magnifica ocurrencia de confundir los sentimientos, perdí a un excelente amigo, de los que formaban parte de la serie de los Arcanos Mayores.
En fin.