diciembre 06, 2005

Me regalaron flores...


Ayer tuve una de esas experiencias que dan para pasar al menos una semana con la sonrisa de oreja a oreja; no solo fue ir a meterme al centro del bando ABC 1, sino que por todo lo que significaba terminar el año, el duro, exigente y agotador segundo semestre, a causa de la introducción al derecho civil, en un asado en la casa de mi profesor. Fue una tarde cargada de sensaciones fuertes, primero, encontrarse en un lugar de esos que se miran desde lejos y/o en las películas o en las teleseries (vivir así, es inmoral), elogiaría la comida, pero no me sorprendió (no comí ni jabalí, ni avestruz ni ancas de rana), eso si que había para beber y comer a destajo, además, tenía una biblioteca de estilo inglés (con escalerita y repleta de libros) de la que quedé enamorada (me imaginaba a Mark Darcy metido ahí), pero lo que me produjo más cosas fue ver como aquel tipo genial (porque considero a gonzalez hoch un tipo demasiado genial y me encanta tener al frente a esos profesores que provocan admiración) se sentaba a conversar con cada uno, a contarnos de él y a que le contáramos de nosotros, del curso, de la universidad, de la vida.
Pero luego vino la hecatombe, cuando mi ayudante (un tipo perfecto, guapo y exitoso) me ‘invitó’ a conversar y la conversación se basó en elogios (mutuos), tempore es incapaz de creerse el cuento, pero este tipo le dijo cosas que le quedaron dando vueltas en la cabeza; como me dijo cuando nos despedimos (ya tarde, luego de las fotos y la platica), que en Derecho (como en muchas carreras) el juego del ego era una cuestión muy común y fácil de caer en él.
Lo que ocurre es que la sensación de reconocimiento por talento y trabajo realizado es fuertísima, no porque sea “Tampore” sino que por las circunstancias en que entré a la carrera; una vez, en esos mails en que uno tiene que responder preguntas sobre otros, una amiga escribió que lo que más me molestaba era que no se reconociera mi trabajo (soy trabajólica, lo admito) y en momentos como este es cuando le encuentro toda la razón.
Tempore está feliz, sueña con un futuro auspicioso, agradece al Cielo demasiado y pide disculpas por el post excesivamente ególatra (más de lo común).