octubre 05, 2005

Finalmente si conocía la vergüenza.

Se supone que debiese pensar en cosas importantes, en la propuesta que me hicieron, en las responsabilidades que eso trae, en cuanto me falta que leer de acto jurídico, en la traducción de Zimmermann, en las magistrales clases de Introducción al Derecho, en mis nudos en la espalda, en el viaje de mi mamá al sur; se supone que debiese sentir el silencio del camino a casa, pensar en mi conversión incipiente en lectora compulsiva, en el análisis del capitulo 9 de Rayuela, en qué es tener cara de estudiante de carrera humanista; pero no, hoy me bajé del colectivo y caminé a mi casa, mirando el suelo (y si miro el suelo es porque estoy tremendamente ensimismada) y sintiendo el frío y pensando banalidades o en LA banalidad, de que ande por la vida haciendo el ridículo por una imagen, de que en marzo haya encontrado guapo a un niño y que no sé porque vueltas de la vida lo siga encontrando guapo, y que me haya afianzado tanto en la Escuela, que se empieza a escapar mi esencia misma, y viene la enfermedad psicópata y resulta que regalo a Cortázar a un tío que ni conozco y me empiezo a suicidar socialmente y luego me dicen que no sé conquistar, pero resulta que no puedo conquistar a una imagen llena de idealizaciones mías y que tampoco tengo el coraje para conocerlo y este embrollo en la cabeza.

Creo que tendré que desear tener pruebas todas las semanas y así no dedicarme a hacer tanta tontera junta (al menos dejé de seguirlo, lo siento, no ser obvia no va conmigo).