Del olfato y otros olores
Lo que es desconectarse del mundo por dos noches seguidas, raro levantarse el lunes y ver recién a las 12 del día los titulares del diario, con el tipo que decía que él nunca había dicho que habría un terremoto, otro en que salía algo de Iván Zamorano o que ya había nuevo ministro de relaciones exteriores, sin tener idea, me sorprendía de los dichos de Kitchner y opinaba en la pregunta del día de “Telediario” (en la red con el periodista, estilo Paulsen, institutano, que se llama Felipe no se cuanto). Pero mi gran sorpresa, fue, oír desde lejos, a cerca del Premio Nobel de Medicina y Fisiología, al par de gringos que descubrieron los secretos íntimos del sentido del olfato.
Y claro, noticias de aquellos que nos siguen pavimentado el camino a quienes somos el futuro (de repente me bajan ataques de fe), así como ahora estudiamos lo que se descubrió hace varios años atrás, desde la genética de Mendel, hasta los postulados de genética moderna, desde el mosaico fluido hasta la replicacion del DNA y el dogma de la biología molecular.
Pero el cuento es otro, es ver como se descubren los secretos de este sentido que cumple no solo la vital función de oler (cuando los perros pierden el olfato, son capaces de morder a su propio dueño), si no que, como lo presentaba ya Papelucho (creo que en sus aventuras en la clínica) en uno de esos relatos que no pasan en vano por la mente de un niño, cuando el hijo de Marcela decía que cada lugar tenía su olor, que la casa de su abuela olía a queque, que la casa de su tía olía a no recuerdo que cosa desagradable y que su propia casa olía a familia. Y es así, el olfato no solo es el sentido para reconocer olores, sino que, en si mismo es gusto, muchas veces me ha pasado el no querer comer algo porque sé que tiene sabor a caca de caballo (solo por el olor, no recuerdo haber probado caca de caballo en la vida), o querer comerme una goma solo por su olor a fresa (aunque es realmente asqueroso saber como se crean esos olores artificiales), y está escrito, que el olfato es el complemento del gusto, o sea, el gusto es un sentido dependiente (y por eso, en el colegio, cuando nos daban arroz con “choritos”, la forma de pasarlo era tapándose la nariz). Por el sentido del olfato, uno es capaz de enamorarse, por el cuento con las feromonas o simplemente por el perfume francés que tiene el tipo que se cruzo por el frente; pero por sobre todo, el olfato como complemento de la memoria, sentir el olor a vainilla y querer comer helado, sentir el olor a casa y saberse, o intuirse, en un refugio, sentir el olor a madre y que se produzca el sentimiento de seguridad (cuando vi un parto, el neonato, como nos enseñaron a llamarle al bebé, dejo de llorar apenas lo dejaron en el pecho de su madre), sentir el olor del tipo y que se revuelva la guata, sentir el olor a cama y que de sueño, sentir algún olor extraño y que de verdad produzca dolor de estómago.
En fin, el señor olfato, parte gusto, parte memoria, parte causa, parte efecto, compadezco de quien sufre de anosmia y a quienes como yo, por causa de la linda llegada de la primavera, no podemos respirar como la gente y la nariz ya está rota de tanto compatibilizar con algún papel absorbente.
Ah, se cumplió la amenaza más temida, Los Simpson se acaban el 2008, hay que preparase.
Y claro, noticias de aquellos que nos siguen pavimentado el camino a quienes somos el futuro (de repente me bajan ataques de fe), así como ahora estudiamos lo que se descubrió hace varios años atrás, desde la genética de Mendel, hasta los postulados de genética moderna, desde el mosaico fluido hasta la replicacion del DNA y el dogma de la biología molecular.
Pero el cuento es otro, es ver como se descubren los secretos de este sentido que cumple no solo la vital función de oler (cuando los perros pierden el olfato, son capaces de morder a su propio dueño), si no que, como lo presentaba ya Papelucho (creo que en sus aventuras en la clínica) en uno de esos relatos que no pasan en vano por la mente de un niño, cuando el hijo de Marcela decía que cada lugar tenía su olor, que la casa de su abuela olía a queque, que la casa de su tía olía a no recuerdo que cosa desagradable y que su propia casa olía a familia. Y es así, el olfato no solo es el sentido para reconocer olores, sino que, en si mismo es gusto, muchas veces me ha pasado el no querer comer algo porque sé que tiene sabor a caca de caballo (solo por el olor, no recuerdo haber probado caca de caballo en la vida), o querer comerme una goma solo por su olor a fresa (aunque es realmente asqueroso saber como se crean esos olores artificiales), y está escrito, que el olfato es el complemento del gusto, o sea, el gusto es un sentido dependiente (y por eso, en el colegio, cuando nos daban arroz con “choritos”, la forma de pasarlo era tapándose la nariz). Por el sentido del olfato, uno es capaz de enamorarse, por el cuento con las feromonas o simplemente por el perfume francés que tiene el tipo que se cruzo por el frente; pero por sobre todo, el olfato como complemento de la memoria, sentir el olor a vainilla y querer comer helado, sentir el olor a casa y saberse, o intuirse, en un refugio, sentir el olor a madre y que se produzca el sentimiento de seguridad (cuando vi un parto, el neonato, como nos enseñaron a llamarle al bebé, dejo de llorar apenas lo dejaron en el pecho de su madre), sentir el olor del tipo y que se revuelva la guata, sentir el olor a cama y que de sueño, sentir algún olor extraño y que de verdad produzca dolor de estómago.
En fin, el señor olfato, parte gusto, parte memoria, parte causa, parte efecto, compadezco de quien sufre de anosmia y a quienes como yo, por causa de la linda llegada de la primavera, no podemos respirar como la gente y la nariz ya está rota de tanto compatibilizar con algún papel absorbente.
Ah, se cumplió la amenaza más temida, Los Simpson se acaban el 2008, hay que preparase.
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