septiembre 23, 2004

Un día cualquiera.

Así y todo sigue la vida, mediados de septiembre, comienza la primavera, cada vez queda menos tiempo para el comienzo de otra parte de la vida; al menos el cuento del preuniversitario está asumido (ya estoy teniendo amiguitos de preu) y los días se pasan en las salas de clases, en el escritorio frente a la ventana, en el ciber que cobra $300 la hora, mirando tele, rogando al cielo y viendo como avanzan los días en el calendario. Al menos este año no me despido de nada, pero en 4to. Medio no hay tiempo para fijarse en como avanza el mismo.
Ayer venía en la micro, a horario escolar, eso es 2 y tanto de la tarde y me senté junto a unos pingüinos, desconocidos entre ellos, y con una cara de cansancio que me recordó los antiguos 15 meses recién pasados, y una cosa fue sentirse tan lejana a ese mundo, pero a la vez sentirlo tan propio y recordar aquellas tardes de nivel máximo de tensión por un NEM que se desplomaba frente a las narices. Ahora al menos, se vive el semestre sabático, literalmente, como describe el tipo Véliz (el que se parece a Tomás Cox), como un tiempo para actualizar conocimientos (o al menos ordenar el menjunje que tenía en la cabeza).
En fin, así pasa la vida cotidiana, con la pelea con las sabanas en las mañanas, internet al medio día, el sueño más temprano de lo acostumbrado (me estoy acostando a las 12.30, todo un progreso!) y nuevamente el televisor que se enciende a las 6.43, yo tratando de bajarle el volumen con el celular que sonara luego a las 6.45 y lo volverá a hacer a las 6.51 para que comience el día y siga este viaje vertiginoso por lo menos hasta el 9… o algún jueves y viernes de diciembre (cuando es la PSU?), que es el horizonte más cercano.


Entre tanto ensayo y guía y pregunta y cosa rara, me he topado con textos bastante buenos, este es uno que leí el año pasado, en esos ensayos que nos iban a hacer al liceo, es un extracto del libro “Santiago en 100 palabras”, de su primera (y única?) edición.

"LA BOLSA Y LA VIDA "
(julio cesar ruiz)

Como todas nací pura. Como todas, también, me entregue fácil a la vida, arrastrándome sucia por las calles, perdiéndome semanas enteras en los baldíos para que abusaran de mi los perros y los niños en sus pichangas. Pero vino el viento y me elevé por sobre las piedras con mi transparencia plástica, con mis heridas. Llegué no sé como al Parque O’Higgins y hoy pertenezco a un solo hombre, a un marginal que supo encontrar en mi a su compañera, a su protectora en los días de lluvia, aquí arriba en su cabeza.