enero 17, 2005

Dulce Sr. Enero

Al fin se puede llegar a ese punto en que uno se burla de los días que, en otro mes que no sea enero y febrero, se burlan de uno.
La hora de la venganza, con festín de comida china un domingo a las 12 de la noche o un lunes de duro recogimiento meditativo hacia la vida de los chanchitos de tierra. A estas alturas se disfruta en como las vacaciones se convierten en una especie de lujuria hacia la pereza, en que ya no queda nada por hacer, lo pendiente, lo guardado para la época del tiempo infinito ya se hizo. He aquí el grandioso punto en que el libro pesa mucho, la televisión hace que duelan los ojos, los controles del nintendo cansan a los dedos, el blockbuster está demasiado lejos y entonces, se vive increíblemente, en un punto invisible entre el ocio entretenido, rico, interesante y el peligroso tedio de desear hacer algo y las tardes se pasan en el patio, recordando la infancia (esa, no tan lejana), quemando papeles con la lupa, en concienzudas conversaciones con mi hermana de once años, llenando con agua o piedras botellas y para armar torres con ellas o balancéandoce en la hamaca y mirando, y sacándoles pica, a la laboriosa vida de las hormigas.