De compras
Mi mamá, hace algo más de un año, se hizo de la costumbre de ir a la feria cada martes y viernes, a pesar de que en el Jumbo, las frutas y las verduras no tienen comparación, resulta que después de que se jubiló, comenzó con las típicas rutinas de una dueña de casa.
Ayer se me ocurrió acompañarla, en busca de una señora que vende revistas de manualidades (ando tras modelos de punto cruz), me salió levantada temprano y todo, a las diez ya estaba en pie (toda una proeza si consideramos que cada día me despierto a eso de las 12.30; pero me fue mal en la búsqueda de la "casera" con revistas, por lo que me di en la tarea de observar como funcionaba el cuento.
Al lado derecho, todo lo que es alimento, al izquierdo, ropas y demases (no comestibles) y, abriendo y cerrando la fila india de almacenes improvisados (con sus fierros y toldos ensamblados momentáneamente), los feriantes esporádicos, con sus cachureos, desde un juguete del Mc Donald’s (a $300, los de Mickey, snoopy u algún otro mono conocido que valiera la excepción de semejante suma de dinero), hasta motores que sepa Dios si funcionaban; y así, se ve todo tipo de cachivaches, hasta guarisapos encontré en el camino.
A pesar de que se trata de un comercio bastante más rústico que la acostumbrada rutina del supermercado, no deja de sorprenderme la civilización de la gente; cada feriante anunciado sus productos, la gente caminando sin atropellarse, los perros cruzando tranquilamente la selva de piernas, los encuentros de vecinos (de este barrio o del barrio de en frente); y el que la feria es una costumbre del año de la pera, lo hace un evento aún más sorprendente, como punto de encuentro, de personas y de especies.
Después de hace algo más de un año, mi mamá ya tiene a sus caseros, que la dejan elegir los productos; mientras tanto, yo voy a tener que tomar un curo de cómo tirar del carrito de feria sin que me coma las hawaianas y definitivamente voy a ir más seguido, con el único fin de que me digan "mi reina".
Ayer se me ocurrió acompañarla, en busca de una señora que vende revistas de manualidades (ando tras modelos de punto cruz), me salió levantada temprano y todo, a las diez ya estaba en pie (toda una proeza si consideramos que cada día me despierto a eso de las 12.30; pero me fue mal en la búsqueda de la "casera" con revistas, por lo que me di en la tarea de observar como funcionaba el cuento.
Al lado derecho, todo lo que es alimento, al izquierdo, ropas y demases (no comestibles) y, abriendo y cerrando la fila india de almacenes improvisados (con sus fierros y toldos ensamblados momentáneamente), los feriantes esporádicos, con sus cachureos, desde un juguete del Mc Donald’s (a $300, los de Mickey, snoopy u algún otro mono conocido que valiera la excepción de semejante suma de dinero), hasta motores que sepa Dios si funcionaban; y así, se ve todo tipo de cachivaches, hasta guarisapos encontré en el camino.
A pesar de que se trata de un comercio bastante más rústico que la acostumbrada rutina del supermercado, no deja de sorprenderme la civilización de la gente; cada feriante anunciado sus productos, la gente caminando sin atropellarse, los perros cruzando tranquilamente la selva de piernas, los encuentros de vecinos (de este barrio o del barrio de en frente); y el que la feria es una costumbre del año de la pera, lo hace un evento aún más sorprendente, como punto de encuentro, de personas y de especies.
Después de hace algo más de un año, mi mamá ya tiene a sus caseros, que la dejan elegir los productos; mientras tanto, yo voy a tener que tomar un curo de cómo tirar del carrito de feria sin que me coma las hawaianas y definitivamente voy a ir más seguido, con el único fin de que me digan "mi reina".
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