Recuerdos de un pollo

Hoy caminaba por el subterraneo de la facultad, con paso raudo y preocupado por el certamen practico que acabo de rendir, y pensaba... o más bien recordaba, las primeras dos o tres semanas de marzo, en que llegaba hasta este lugar toda pollo, caminando (los dos primeros días), desde el metro hasta acá, extrañanando como nunca a mis amigos, a coke, al liceo y, sobre todo, al uniforme (nunca pensé que lo extrañaría tanto, cuando siempre pensé en la felicidad que me daría no usar el jumper).
Primer y segundo día, victimas del mechoneo, llegar a casa, darme duchas de mil horas y sentirme especialmente bien, porque era un privilegio haber entrado a la Chile, apesar de que no estaba en la carrera que quería, salía a pasear a mi perro, ambos éramos felices (él con pulgas y yo, sin ellas).
Me levantaba cada mañana, ansiosa de las nuevas clases, la nueva gente, vivir todo este nuevo mundo que ahora se está convirtiendo en rutina; tenía internet gratis, libros gigantes que podía llevar a casa (eso es impensado en el colegio), usaba delantal blanco...
Iba al liceo y todo el mundo me felicitaba...
Ahora estoy quemando los últimos cartuchos de vida universitaria (al menos este año, Dios quiera que sea solo este año), pero bien, estoy contenta y eso es lo que vale (el 4 de agosto comienzo preu).
La conclusión a la que quería llegar con esto, hay una tipa llorando en el computador de al lado, era que es increíble la capacidad de adaptación de los animales, ahora llego acá y es como si este hubiese sido mi habitat de toda la vida (de echo me siento más extraña cuando voy a mi ex colegio, pero ese es tema de otro post)...