Tiro por la culata
autosuicidio y que no valga la redundancia.
Ya es ley eso de que si uno es ególatra, necesariamente, es inseguro (por el cuento de al necesidad de los aplausos y esas cosas que hace rato hemos discutido), o sea, uno solo ha querido salirse de la norma y ni siquiera lo conocí yo.
Entonces, hice presa de mi inseguridad para crear mi nueva estrategia para no ilusionarme y llorar los dos días siguientes desde que dejo de ver a G.
La estrategia consiste en que, cuando G me mira (o sea, nuestra relación no ha pasado de ahí, a lo más que uno a otro saludos cuando TENEMOS QUE saludarnos) y yo lo miro y el cielo se despeja y los pajaritos cantan y la luna se levanta porque sé cosas que preferiría no saber (definitivamente, quien nada sabe, nada teme) y precisamente es esa información la que hace llover cuando nuestra relación no deja de pasar más allá del te miro y me miras y nos miramos y corremos la mirada y sonreímos y (muy) de vez en cuando nos saludamos que me enojo y lloro los dos días siguientes desde que lo dejo de ver. Entonces, la última vez que lo vi, antes de verlo me dije “piensa que no te está mirando a ti, sino que a alguna cosa fea que llevas o que caminas a lo malevo, que eras chueca y que te mueves con un aire compadrón” y, entonces, la última vez que lo vi pensé eso y nos miramos y me aburrí de mirarlo y luego, a la salida (como nunca salió después que yo, así que le quedó la responsabilidad de saludarme), salió y lo vi y me vio y miré a mi hermana y me arranque (porque si me miraba de cerca veía la enorme espinilla que tengo en mi pómulo izquierdo), además, cuando pasé por fuera en el auto, estaba con mi competencia y entonces, más asumí que todo era puras cosas mías. Pero fue genial, porque en la semana, ni me acordé de él (o sea, un poquito menos) y hoy no lo busqué desesperadamente, sólo caché que no fue no más y lo asumí.
El problema es que me creí tanto el papel (o sea, si no soy capaz de convencerme a mi misma, como voy a convencer a los jueces), sumado a la propensión “natural” de la inseguridad, que el viernes fui al carrete de un amigo y había un tipo guapo, bien guapo (o sea, guapo según mis parámetros, que no son... como decirlo, muy confiables) y, generalmente, en los carretes me pongo canchera y saco a bailar o le digo a una amiga que le diga que quiero bailar con él y aunque una amiga trató de hacerme acercar a él (onda, “ya les hablé, vamos” o “a Daniel le gusta bailar esta música”) me acordé de la espinilla gigante que llevo en el pómulo izquierdo y me funé el resto de la noche.
Creo que al final de cuentas, no salió tan buena mi genial estrategia.
1 Comments:
Eso se conoce como daño colateral.
Y siempre es suceptible de darse en situaciones así.
Te lo digo por experiencia propia...
Bueno, al fin sdalí del primer ciclo de pruebas.
Relajo...
Y tú, Vivi, cuídate de las miradas.
A veces son más poderosas que los Tanques y toda la artillería pesada de una.
Besos.
Carlo.
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